Intersección Cuatro

Del 8 de febrero al 5 de mayo, 2013

Nada de eso: ni cuerpo, ni paisaje, ni retrato.

No hay arte que no arriesgue. Al menos no uno que merezca el nombre. Arriesgar el nombre y en el nombre del arte para decir y hacer de otro modo. Arriesgar para recordarnos que nunca nada es exactamente lo que uno espera.

El cuerpo como retrato del presente. La fugacidad y el tiempo –lo que aparentemente niega a la escultura pues ésta parece estar más bien llamada a enfrentarse al olvido mediante la conmemoración eterna– son precisamente los que se ponen de manifiesto en estos trabajos de Joaquín  Conde. Son los materiales perecederos y vulnerables y el carácter inconcluso de estas piezas las que invierten la lógica cultural de la escultura: retazos que celebran el ahora en lugar de comulgar con la posteridad.

El retrato como paisaje cultural. Los retratos, cuando han olvidado su relación con la retratada, no hablan ya de una persona sino de una época: de hoy. Antonio Álvarez parece apuntar al pasado a través de la imaginería religiosa, componiendo su propio rosario iconográfico con reliquias fotográficas, mediáticas, documentos personales, grabados. Sin embargo, el suyo es un mapa imposible: obsesivo e inabarcable, reverencial y profano. La monja, históricamente recluida y silenciada en el convento, se hace descaradamente actual en estas imágenes y collages no tanto para constatar lo que fue como para retar nuestros prejuicios presentes.

El paisaje del cuerpo/el cuerpo del paisaje. Las pinturas de Carlos Arias logran detenerse en un inquietante momento de indistinción: entre la imagen y la materia; entre la textura y el color; entre la abstracción y la figuración. Estas obras nos recuerdan cómo la indefinición y la ambigüedad nos fascinan y seducen casi tanto como nos perturban. En ellas, la mirada queda atrapada en una suerte de indecisión en la que no logra resolverse de un modo definitivo la percepción. “Sé lo que estoy viendo—pienso—pero no se ve lo que sé”.

A los pies del paisaje. La ciudad está cuarteada por una red invisible de hitos cotidianos, de espacios personales y de pequeñas ofrendas que marcan acontecimientos tan dramáticos como anónimos. Sergio González Angulo mira a través de fotografías pacientes la constitución y la transformación de esos lugares inadvertidos, traídos a la conciencia del observador mediante delicadas llamadas de atención, como tímidos juguetes rotos. La ciudad se revela tan hostil como inevitable: incómoda coincidencia de cuerpos que se superponen.

No se impacienten. Miren y lean sin prisas. Hace tiempo que entretener dejo der ser una característica del arte. La reflexión, la crítica y la argumentación por otros medios son ya también parte de su competencia. Una universidad que se precie de serlo aboga por la experimentación artística y le da cabida. Es ahora su turno, visitante, para estimar si estos cuatro académicos de la UDLAP están por asumir riesgos.

Alberto López Cuenca

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