Cuerpo Ausencia: Hilvanando Identidades

Del 31 de mayo al 28 de julio, 2013

La costura: antecedentes

Desde la antigüedad, las mujeres han volcado su creatividad en la costura y el bordado.

La increíble variedad de objetos realizados con aguja y tela tiene un carácter universal que trasciende raza, frontera, religión y clase social. Tradicionalmente, las mujeres controlaban la educación de sus hijas a través de la costura y el bordado, lo que les otorga una importancia cultural fundamental. No solo reforzaba el lazo generacional entre el mismo género, sino que se convertía en un espejo de la sensibilidad femenina propia de una cultura, en una manifestación original dentro de una tradición, en una muestra de individualidad dentro de un colectivo.

Hilvanando identidades. El cuerpo y su ausencia en la obra de Miriam Medrez

El arte de Miriam Medrez mantiene un lazo muy cercano con su vida personal. Sus obras son canales que procesan emociones y una lente a través de la cual examina la relación con su propio cuerpo y el de otras mujeres cercanas a ella. Explora su identidad como artista, como mujer, como madre y como hija. Aunque abreva de lo personal, su obra va más allá de una simple ilustración de la vida cotidiana.

Con una larga trayectoria en el trabajo en cerámica, Medrez atendió su interés en la exploración de la tela y la costura como medio. Su investigación sobre el tema se sumó a la intención de crear un lazo con su hija y así utilizar la tradición ancestral de coser y realizar una actividad común entre mujeres vinculada al mundo del vestido y de la moda que siempre le ha causado fascinación.

Medrez comenzó el proyecto Zurciendo de manera independiente hace cuatro años y posteriormente recibió el apoyo del FONCA. El conjunto de obra resultante se ha ido gestando a través de su constante aprendizaje en este medio, en un principio nuevo para ella. Con indomable voluntad de crear, Medrez no transforma los materiales en un esfuerzo por borrar su carácter original, más bien los revela como objetos de valor estético y significado expresivo.

Sus piezas son una personificación poderosa y significativa del espíritu humano –en particular el espíritu femenino- que se materializa a través de una gozosa colaboración con las costureras que la introdujeron y guiaron en el oficio de la costura y las mujeres cuyos cuerpos han sido modelo para cada una de las piezas que llevan sus nombres. El trabajo en conjunto con otras mujeres -nunca antes experimentado por la artista- le da a la obra una riqueza particular, que tiene como constante la exploración de la identidad a través del cuerpo físico reflejando las múltiples identidades de la mujer.

Zurciendo

En el primer núcleo de obra Medrez representa el cuerpo de mujeres cercanas a ella con rostros similares pero reflejando los atributos físicos reales del cuerpo de cada una; las unifica a todas con un mismo color de “piel” -utilizando como recurso la cualidad primigenia de la manta- y no hace evidente ningún atributo que las pueda situar dentro de una clase social, raza o religión. Relaciona a cada una de estas mujeres “retratadas” con un órgano o parte del cuerpo; así: oreja, ojo, nariz, boca, manos; pulmones, corazón, estómago, vagina, senos y esqueletos, aparecen integrados a cada figura femenina con la que la artista las conecta pero no tímidamente sino como protagonistas con el mismo rango.

La ejecución a través de moldes y patrones, primero; costura y bordado, después, entrega como resultado piezas que dialogan entre sí y presentan una poderosa narrativa: se muestran desnudas, ante los ojos del espectador, dispuestas a compartir sus historias. En todos los casos, los registros de los cuerpos de estas mujeres están basados en su anatomía real, sin embargo, Medrez modifica la escala manteniendo la proporción original.

El cuerpo, en el trabajo de muchas mujeres artistas -y en Medrez no es  excepción, funciona como un sitio de poder donde lo físico y lo espiritual se encuentran. De manera vedada, tras los cánones de representación del cuerpo femenino, lo proyectan como un sitio de testimonio que se convierte en un mito personal. Para algunas, el cuerpo femenino deja de ser un objeto para el disfrute de la mirada masculina y se muestra como un lugar de transformación, un altar en el que se desarrolla un ritual que retoma el vínculo de la mujer con la naturaleza a través de la exploración de su cuerpo como creador de vida.

Medrez juega con un diálogo personal que involucra al observador al integrar palabras que evocan la experiencia y las sensaciones de su propio ser. Es evidente que despoja al cuerpo de toda connotación de la mujer como fetiche; va contra el canon de la representación del desnudo femenino como objeto de deseo. Evitando los lugares comunes, con oficio, madurez y arrojo muestra al cuerpo como contenedor de emociones y representa a sus órganos y partes cuidadosamente para no caer en clichés.

Invocando el trabajo de otras mujeres artistas como Yayoi Kusama, Dorothea Tanning o Louise Bourgeois -a quien admira profundamente- Medrez crea su propio lenguaje y narrativa en este medio, usando elementos ancestrales: tela de manta, aguja e hilo en técnicas de costura y bordado inherentes al espacio doméstico.

Lo que los ojos no alcanzan a ver

El cuerpo de la artista es el que sirve como referencia para cada una de las piezas de esta serie, en la que se representa siempre a escala real. Este grupo de figuras de mujer, en tela blanca y negra, explora las emociones ya no a través de la línea bordada en las facciones de los rostros sino a través de formas y volúmenes que otorgan distintas expresiones y gestos particulares a cada una.

Toda esta serie aborda el tema de la dualidad, de los opuestos: la vida y la muerte, la luz y la oscuridad; lo vacío y lo lleno. Para la artista, la incorporación de la tela negra tiene la intención de provocar una reflexión sobre el lado oscuro o negativo del ser; también muestra la sombra que todos tenemos y pone en evidencia la fragmentación emocional representada metafóricamente con un cuerpo partido en dos.

Si bien no representa figuras de hombres, si está presente una alusión a lo masculino a través de elementos fálicos, protuberancias que se integran a las figuras femeninas y que tienen una referencia al trabajo de la artista japonesa Yayoi Kusama y sus piezas conocidas como Accumulation (esculturas conformadas por objetos cotidianos recubiertos por una profusión de formas fálicas, cosidas y pintadas a mano) con una evidente carga sexual; pero a diferencia de Kusama, para Medrez estas formas parecen expresar el proceso de fecundación y generación de vida en una compenetración de lo masculino con lo femenino. Para crear estas protuberancias, la artista utiliza telas que ella misma imprime con motivos orgánicos provenientes de su obra escultórica anterior y que representan semillas o plantas.

Estas mujeres, en algunos casos postradas o en actitudes rituales, se complementan con textos creados por las escritoras Maruja Nahle y Dulce María González, que colaboraron con Medrez en esta serie; sus palabras se integran, bordadas, e invitan al observador a conectarse en distintos niveles. El cuerpo, contenedor de sucesos y emociones aparece unas veces como un capullo, otras como un nido que acoge, otras como un vacío que pesa.

Se tiende un puente entre esta serie y la última del proyecto a través de la inclusión de bordados sobre fragmentos de tela que fueron cosidos a una superficie bidimensional y que se integra a manera de patchwork, junto a una escultura suave de una mujer en posición fetal haciendo evidente la transformación en el lenguaje de la artista.

Vestidos invertidos

En esta serie, Vestidos Invertidos, Medrez suma a la costura y el bordado técnicas tradicionales como el tejido, el patchwork, apliqué o ganchillo, que enriquecen su lenguaje plástico. El dibujo es el hilo que conecta esta serie de esculturas realizadas en tela y estructuras diversas, en su mayoría móviles a excepción de las que se concibieron como relieves. En la obra de esta última serie, Medrez confecciona vestidos que envuelven el cuerpo, ahora ausente de manera tridimensional pero aludido a través del bordado. A partir de estructuras recubiertas siempre con tela explora la identidad de la mujer desde lo que la viste.

Es un discurso sobre la construcción de la identidad que se remonta en ocasiones a la infancia -donde la identidad está apenas definiéndose- o bien al ámbito doméstico tradicional -donde la mujer está confinada a labores como la costura y la cocina- incorporando objetos de uso doméstico como aros de bordado o ralladores de cocina. En otras parece estudiar emociones y sensaciones de carácter introspectivo a través del uso de espejos y relicarios o haciendo referencia al erotismo y la intimidad de la alcoba.

Estas ingeniosas composiciones casi arquitectónicas a las que Medrez incorpora docenas de “dibujos bordados” sobre fragmentos de tela, presentan imágenes de mujeres posando en actitudes que muestran comodidad, complicidad, o bien, que aparentemente son sorprendidas en su intimidad. Con cierta reminiscencia de los grabados de la estampa japonesa y una nota de voyeurismo implícita, estos dibujos se originan a partir de sesiones con mujeres que posan para Medrez y son primero bocetadas con breves líneas sobre la tela para posteriormente, con la paciencia inherente al bordado, recorrer con hilo negro las líneas trazadas por el lápiz. Una mirada conocedora que escudriña en las emociones que no le son ajenas y las captura con empatía.

Las poderosas imágenes resultado de esta labor enfrentan al espectador a una intimidad inesperada, como si se mirara a través de múltiples ventanas al interior de una casa.

Al construir los vestidos fusiona el carácter bidimensional del dibujo con la expresión tridimensional de la escultura.

Cada una de estas piezas representa un triunfo de la tela como material digno para la

ejecución de obras de arte, un triunfo de lo blando sobre lo duro por la voluptuosidad de la escultura suave al tacto, un triunfo de la artista sobre un material volátil como la tela, que explora por primera vez en este proyecto.

Medrez hilvana su exploración del cuerpo físico que inicia con Zurciendo, con lo emocional y la búsqueda de la identidad a través de Lo que los ojos no alcanzan a ver. Madura su propuesta con Vestidos invertidos, cerrando un ciclo en el que hace evidente el dominio de la técnica y el uso de un lenguaje que si bien abreva de la historia del arte hecho por mujeres, Medrez toma, metaboliza y devuelve, volcando en él su impronta, singular y poderosa.

Infunde un soplo que otorga cualidad anímica a la materia y la eleva permitiéndonos atisbar el fértil universo femenino y su capacidad creadora.

Este proyecto posiciona a Miriam Medrez como una de las creadoras más originales en el campo de la escultura y la instalación dentro del panorama del arte contemporáneo mexicano.


ATELIER AF
TERE ARCQ / MARISA FERNANDEZ

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