Hugo López Alvarez es profesor en el Departamento de Mercadotecnia y Director de Plataformas Web y Evolución Digital en la Universidad de las Américas Puebla. Cuenta con más 20 años de experiencia en el área de Tecnología de Información y 10 años en mercadotecnia digital. En los últimos años, ha centrado sus esfuerzos en impulsar la transformación digital de empresas e instituciones.
Contacto: hugo.lopez@udlap.mx.
Con frecuencia pensamos que el futuro de la inteligencia artificial dependerá únicamente de los avances tecnológicos, como algoritmos más eficientes o procesadores más rápidos. Sin embargo, la realidad es más compleja e inquietante, ya que parece que el futuro de la IA estará determinado tanto por el rumbo que tome la política internacional como por las ideologías que están ganando terreno en todo el mundo.
La competencia entre Estados Unidos y China no es nueva, pero ahora tiene un nuevo capítulo enfocado en la inteligencia artificial. Ambos países entienden que quien domine la IA no solo tendrá ventajas económicas y tecnológicas, sino que también podrá imponer su visión del mundo. Esta competencia, se ha transformado en restricciones comerciales y bloqueos tecnológicos para acceder a tecnologías y plataformas importantes para el desarrollo de la inteligencia artificial. Estados Unidos ha implementado restricciones a la exportación de ciertos chips de procesamiento gráfico (GPU) hacia China, entre los cuales incluye los chips NVIDIA A100 y H100. Debido a su alto rendimiento, estos chips son empleados por organizaciones como OpenAI para entrenar modelos avanzados de IA, lo que explica su relevancia estratégica y las restricciones impuestas por Estados Unidos.
La principal preocupación es que China pueda usar estos chips avanzados para mejorar sus sistemas de inteligencia artificial con fines militares y de vigilancia. Por su parte, Beijing promulgó por primera vez, un reglamento de control de exportaciones de ciertos equipos mostrando también que usará sanciones comerciales en defensa de sus intereses.
Estas restricciones se han dado también debido a que las empresas occidentales como Open AI han empezado a perder terreno frente a sus competidores chinos. DeepSeek ha sorprendido al mundo con su capacidad para desarrollar modelos de IA altamente eficientes a pesar de las limitaciones en acceso a hardware avanzado. La empresa china ha logrado innovar en técnicas de entrenamiento, optimización de recursos computacionales y arquitecturas de modelos que requieren menos potencia de procesamiento.Por si fuera poco, OpenAI ha solicitado formalmente al gobierno de Estados Unidos que bloquee el acceso a modelos de inteligencia artificial desarrollados en China, argumentando posibles riesgos para la seguridad nacional. La preocupación se intensifica debido a que la legislación china obliga a las empresas a compartir datos sensibles con el gobierno, lo que podría facilitar el acceso estatal a información estratégica, tecnológica o personal obtenida a través de sistemas de inteligencia artificial, aumentando así el riesgo de espionaje, vigilancia masiva o uso indebido de estas tecnologías con fines geopolíticos.
La rivalidad China-Estados Unidos en IA, ha pasado de la retórica a acciones concretas de desacoplamiento tecnológico, competencia regulatoria y carrera armamentista digital. Esta rivalidad y la intensa competencia por liderar la carrera de la inteligencia artificial podría resultar en una reducción en las regulaciones para el desarrollo y uso de estas tecnologías. Aunque el desarrollo de la inteligencia artificial promete grandes beneficios, también conlleva riesgos. Personas o gobiernos podrían utilizarla con fines perjudiciales; podríamos perder privacidad al compartir datos sin control; confiar en sistemas mal entrenados o con sesgos; e incluso volvernos excesivamente dependientes de ella en nuestra vida cotidiana.Ante estos riesgos, resulta importante que los gobiernos establezcan marcos regulatorios para el desarrollo y uso de la inteligencia artificial, con el objetivo de prevenir posibles escenarios adversos. Estas regulaciones son necesarias debido al ritmo tan rápido con el que avanzan estas tecnologías.
No obstante, esta visión no es compartida por todos los países, lo que genera disparidades en su enfoque y nivel de control. En fechas recientes, durante el “Artificial Intelligence Action Summit” realizado en París, el vicepresidente de Estados Unidos JD Vance expresó una postura crítica hacia las regulaciones internacionales sobre la inteligencia artificial, argumentando que una regulación excesiva podría “frenar a una industria transformadora” y que aplicar moderación de contenido a los sistemas de IA sería una forma de postura autoritaria. De algún modo, esta postura nos dice que Estados Unidos podría estar dispuesto a sacrificar ciertas regulaciones con tal de avanzar en su objetivo de mantener el liderazgo tecnológico a nivel global. El futuro de la inteligencia artificial depende de encontrar un equilibrio entre la innovación y un marco regulatorio adecuado. Es importante avanzar tecnológicamente sin comprometer nuestra autonomía, privacidad y bienestar. Sin embargo, los intereses políticos por liderar la carrera tecnológica podrían poner en riesgo este balance.
La IA también refleja los valores e ideologías de quienes las desarrollan y las sociedades donde se implementan. Hoy en día existe un debate sobre los sesgos y lineamientos ideológicos presentes en los modelos de IA y cómo estos podrían influir en la cultura y la política. Es un hecho que los modelos desarrollados en Occidente presentan sesgos políticos; algunos tienden a favorecer posturas alineadas con los partidos Republicano o Demócrata en Estados Unidos, así como con líderes de izquierda en otros países o con visiones conservadoras del mundo, entre muchas otras perspectivas. Estas inclinaciones se atribuyen en parte a los datos de entrenamiento (que en muchos casos representan visiones de entornos académicos y medios digitales) y los procesos de moderación realizados por las compañías.
Del lado de China, la ideologización es explícita y definida por el estado. Los modelos como DeepSeek incorporan las líneas rojas del Partido Comunista de no cuestionar al gobierno y no admitir consultas sobre temas como Tiananmen u Hong Kong en términos contrario a los de la narrativa oficial. Las inteligencias artificiales desarrolladas en China suelen actuar como extensiones de la propaganda estatal, diseñadas para reforzar la narrativa del Partido Comunista y evitar cualquier contenido que contradiga la línea oficial. Por otro lado, las IA occidentales, aunque presentadas como neutrales, no están exentas de sesgos: reproducen y amplifican los valores liberales-democráticos dominantes en Silicon Valley, filtrando la realidad a través de una visión ideológica que muchas veces excluye o distorsiona otras perspectivas culturales o políticas. En ambos casos, las máquinas no son realmente objetivas; son espejos de los poderes que las entrenan.
Las ideologías integradas en los modelos de inteligencia artificial podrían tener un profundo impacto en el futuro de esta tecnología. Existe el riesgo de una fragmentación del conocimiento: si cada país o grupo social utiliza IAs alineadas con su propia visión del mundo, las personas recibirán respuestas radicalmente distintas a las mismas preguntas, dependiendo del sistema que consulten. Este fenómeno podría conducir al surgimiento de burbujas informativas automatizadas donde las IAs refuerzan las creencias preexistentes de los usuarios, similar a lo que actualmente ocurre con el contenido personalizado que consumimos en las redes sociales. OpenAI, DeepMind y Anthropic han invertido en investigaciones alineadas que buscan que los modelos sigan instrucciones humanas éticas, sin embargo esto nos lleva al dilema de decir qué es ético acorde las diferentes percepciones ideológicas. Por su parte, Elon Musk ha criticado públicamente a OpenAI por desarrollar ChatGPT con lo que él califica como un enfoque "demasiado woke", al tiempo que asegura que su propia empresa, xAI, se enfoca en crear modelos libres de lo que considera sesgos políticamente correctos.
En un escenario cada vez más polarizado, los países podrían verse obligados a alinearse con ecosistemas tecnológicos que reflejen sus valores predominantes o sus alianzas estratégicas. América Latina, por ejemplo, podría enfrentarse a la disyuntiva de adoptar modelos desarrollados por potencias como Estados Unidos o China, cada uno con sus respectivas cargas ideológicas, o invertir en el desarrollo de plataformas regionales que incorporen perspectivas y valores propios.
Para entender el futuro de la IA debemos ir más allá de los aspectos tecnológicos y analizar las corrientes geopolíticas e ideológicas que están reconfigurando nuestro mundo. La competencia entre Estados Unidos y China, las restricciones comerciales, y las distintas visiones sobre la regulación no son temas aislados, sino factores que moldearán el desarrollo, implementación y acceso a estas tecnologías. Los modelos de IA no son herramientas neutrales; están impregnados de los valores, sesgos y visiones del mundo de quienes los crean y de las sociedades donde se desarrollan.
En este escenario, la pregunta ya no es simplemente qué podrá hacer la IA en el futuro, sino quién decidirá lo que debe hacer, bajo qué principios y con qué fines. El desarrollo de la IA irá de la mano con los cambios políticos globales y con el conflicto entre distintas formas de ver el mundo que define nuestra época. Al final del día, el verdadero desafío no es tecnológico, sino humano: cómo preservar la diversidad de pensamiento mientras construimos herramientas que, en lugar de dividirnos, nos permitan comprendernos mejor.