Dr. Francisco Gabriel Rodríguez
Recuerdo con claridad aquel día en que mi percepción sobre la enseñanza cambió para siempre. Fue una mañana del 2 de diciembre de 2022, mientras disfrutaba de un desayuno en un acogedor restaurante frente al mar en Ensenada, Baja California. Había leído recientemente sobre una nueva aplicación que prometía revolucionar el mundo de los negocios y, con cierta curiosidad, decidí explorarla mientras esperaba mis hotcakes.
Ingresé a la página web desde mi teléfono celular, siguiendo el enlace que Google me había proporcionado. Al principio, dudé sobre la autenticidad del sitio al solicitar mi número telefónico para un código de registro. Sin embargo, una vez superada esa barrera inicial, comencé a interactuar con la aplicación. Me recordó a ELIZA, aquel pionero en procesamiento de lenguaje natural desarrollado en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, con quien había "conversado" años atrás.
Inicialmente, traté a la herramienta como un motor de búsqueda convencional, preguntándole sobre datos históricos de la Revolución Mexicana. Me sorprendió que, en lugar de ofrecerme enlaces a sitios web, me proporcionaba respuestas detalladas y bien estructuradas, como si un experto en el tema estuviera del otro lado de la pantalla. Aunque noté ciertas limitaciones, especialmente cuando mencionaba que su conocimiento llegaba hasta septiembre de 2021, algo en su funcionamiento me intrigó profundamente.
Fue cuando le pedí que escribiera un poema sobre mis hotcakes recién servidos que comprendí el potencial creativo de esta tecnología. La facilidad con la que generó versos ingeniosos sobre un simple plato de desayuno me dejó gratamente sorprendido. Sin darme cuenta, había entablado mi primera interacción con una inteligencia artificial generativa, una experiencia que marcaría un antes y un después en mi forma de concebir la educación.
A partir de ese momento, mi relación con estas herramientas evolucionó de manera significativa. En mi labor como docente, comencé a incorporar inteligencias artificiales como Midjourney y DALL-E para enriquecer el material visual de mis presentaciones. Las imágenes generadas aportaban un toque único y capturaban la atención de mis estudiantes de manera efectiva. Además, herramientas como Copilot, anteriormente conocido como Bing Chat, me asistían en el diseño de contenidos, optimizando mi tiempo y permitiéndome enfocarme en aspectos más profundos de la enseñanza.
Pero el verdadero impacto se hizo evidente en la retroalimentación a mis estudiantes. Utilizando inteligencias artificiales generativas, pude proporcionar comentarios más detallados y personalizados, identificando oportunidades de mejora que quizás habrían pasado desapercibidas en una revisión convencional. La capacidad de sintetizar grandes volúmenes de información también resultó invaluable en mis investigaciones, facilitando el acceso y comprensión de nuevos temas y metodologías.
Esta integración de la inteligencia artificial en mi práctica docente no solo ha enriquecido la experiencia educativa de mis estudiantes, sino que también ha redefinido mi rol como educador. Ya no me limito a ser un transmisor de conocimiento, sino que me he convertido en un facilitador que guía y aprovecha las tecnologías emergentes para potenciar el aprendizaje.
Sin embargo, este camino no ha estado exento de reflexiones y desafíos. Me he preguntado sobre el equilibrio entre la tecnología y la humanidad en la educación. ¿Hasta qué punto debemos depender de estas herramientas? ¿Cómo garantizamos que no reemplazan, sino que complementan nuestra labor docente? Estas preguntas me acompañan y me motivan a seguir explorando y adaptándome en este fascinante viaje.
En retrospectiva, aquel desayuno en Ensenada fue más que una simple comida; fue el inicio de una transformación personal y profesional. La inteligencia artificial ha dejado de ser una curiosidad tecnológica para convertirse en un aliado indispensable en mi vida cotidiana y en mi vocación como docente. Y mientras continúo navegando por este panorama en constante cambio, mantengo la convicción de que la clave está en abrazar la innovación sin perder de vista el elemento humano que da sentido a nuestra labor.