Martin Larsson, profesor del Departamento de Antropología.
Poco antes de Navidad, una amiga anunció que este año se regalaría un novio. Cansada de enfrentar constantes fracasos amorosos, había decidido asegurarse de que esta vez sería distinto. Su plan consistía en describir todos los problemas que había tenido en relaciones anteriores y pedirle a su SantaChatbot que utilizara esa información para crear al novio de sus sueños.
Hace una década, la idea de tener una pareja virtual pertenecía al ámbito de la ciencia ficción, como lo vimos en la película Her. Sin embargo, con el lanzamiento masivo de diversos chatbots gratuitos en los últimos años, esta posibilidad está actualmente al alcance de todo el mundo. ¿Cómo entender este nuevo uso de la inteligencia artificial?
Una de las voces más influyentes en esta discusión, durante la última década, ha sido la de Sherry Turkle, quien ha argumentado que la inteligencia artificial nos acostumbra a una “intimidad artificial” que nos aleja de los diálogos imperfectos que caracterizan a las relaciones humanas. Aunque es plausible que los chatbots efectivamente alienten una forma particular de comunicarnos en los encuentros con otras personas, resulta menos convincente asumir que esta manera de comunicarnos se utilizaría también en los diálogos entre seres humanos. Históricamente, preocupaciones parecidas han sido infundadas, como cuando Sócrates expresó miedo ante otra tecnología revolucionaria de su tiempo: el libro. Sócrates sostenía —en términos que se asemejan a las ideas de Turkle— que el uso de libros debilitaría nuestra capacidad de diálogo, al hacernos dependientes de una memoria externa y habituarnos a un dispositivo necio que repite las mismas ideas sin importar quién lo consulte. Sin embargo, con el tiempo, los libros se integraron de manera natural en la vida humana, lo que sugiere que la inteligencia artificial podría seguir un destino similar. Si la comunicación humana no fue completamente reemplazada por los libros, ¿por qué pensar que los chatbots lograrían hacerlo?
En la práctica, parece más común —especialmente en torno a asuntos de amor— que los chatbots sean utilizados como herramientas para desenvolverse mejor en relaciones humanas, no como un reemplazo de estas. Como reportó TED Radio Hour recientemente, una de las formas en que se emplean actualmente es para analizar intercambios de mensajes con pretendientes, ayudando a evitar invertir tiempo en relaciones que no tienen futuro. Pero el uso de chatbots para mejorar las relaciones humanas es algo que ha existido en la historia de la inteligencia artificial desde sus inicios. ELIZA, el primer chatbot, creado en 1966, fue diseñado como una especie de terapeuta virtual, y una de las primeras conversaciones de ELIZA fue con una joven que habló sobre su novio, quien la había llevado a interactuar con el programa con la esperanza de mejorar su relación. Si bien la conversación mostró una sorprendente potencialidad analítica, al moverse rápidamente del énfasis inicial en el malestar de la mujer –que había destacado su novio– a un contexto marcado por diferentes tipos de violencia masculina, tanto este caso, como el de las jóvenes que utilizan bots para prever la viabilidad de sus relaciones, subrayan un problema más complicado que la pérdida de la capacidad de dialogar: los sesgos culturales de la inteligencia artificial.
Siguiendo a los editores de The Human Error Project, el énfasis en la innovación tecnológica a menudo oculta cómo la inteligencia artificial tiende a basarse en concepciones reduccionistas y estereotipadas de lo que significa ser humano, universalizando ciertas experiencias y formas de entender el mundo. En los casos que he mencionado, esto implica que los bots no abordan lo que considero ser el meollo del asunto: el significado del amor. Ni ELIZA ni los bots de las analistas de los mensajes cuestionan las premisas de los deseos de sus interlocutoras, y el bot de mi amiga que se creó un novio virtual nunca puso en duda la noción de la “media naranja” que implicó su proyecto. Al parecer, el entorno en el que fueron entrenados los bots no incluía a personas que expresaran dudas sobre el amor romántico –como probablemente hubiera ocurrido si sus datos habrían provenido de un ambiente cultural distinto.
Para entender el significado del amor sin caer en evidentes sesgos culturales, parece que aún se requiere un esfuerzo mucho mayor que simplemente pedirle a un bot que resuelva una cuestión técnica. Un intento interesante en ese sentido es el reciente libro de la antropóloga Laura Menin, que se basa en su trabajo de campo en Marruecos, y en el cual explora el sentido del amor en ese contexto. Lo que descubrió durante su trabajo de campo fue la centralidad del amor para la constitución de la identidad individual, lo cual implica cruces complejos entre expresiones públicas y privadas, donde los factores políticos, económicos y religiosos constantemente se ven reflejados y cuestionados.
Sé que para mi amiga, todo su experimento del novio artificial en realidad era una forma de mostrar cómo se pueden crear “usuarios sintéticos” en procesos de diseño de productos y servicios, y para promocionar sus cursos sobre el tema. Sin embargo, me parece que exhibe una de las maneras más interesantes de utilizar la inteligencia artificial para profundizar en temas culturales centrales para nuestra existencia como seres humanos. Al crear este juego público, hizo una invitación irónica a sus seguidores a reflexionar sobre los problemas comunes de las relaciones amorosas en su contexto. Con ello, su experimento no solo puso en evidencia lo absurdos que pueden ser los ideales románticos que damos por sentados, sino que también demostró cómo la inteligencia artificial, lejos de ser un sustituto humano, puede usarse como una herramienta valiosa para explorar y reflexionar sobre las complejidades culturales y humanas que nos definen.
Nota: La edición de este texto fue mejorada a través de ChatGPT.